De tierra, fuego y lluvia
se alimenta el muérdago del tiempocuando mido, en la balanza exacta,
la ingrávida ceniza de su peso.
con su bastón el rincón olvidado,
el abyecto refugio,
la más remota esquina
de la tela de araña que nos teje.
el frío de la burbuja de cristal, el manto
de escarcha de la noche
que nos salva del día que perece.
flotando sobre un mar de corales
temerosos de que un leve resquicio
nos traspase y sin querer
volvamos, otra vez, a hacernos daño.